Este día tenía que llegar. Tarde o temprano. La deriva del Sporting en los últimos años no admitía otro final. El descenso se certificará hoy, o mañana, pero es de dominio público que el equipo lleva descendido desde hace mucho tiempo. Solamente el esfuerzo titánico de unos jugadores, algunos de Primera y otros postizos en la categoría alargó la agonía y evitó que el desastre se consumara mucho antes.
Nos acordaremos del partido ante el Mallorca, de la visita a Granada, de la enésima final ante el Zaragoza o del partido de ayer ante el Villarreal. Ni una de esas finales pudo decantarse del lado sportinguista. Muchos verán ahí la clave del descenso, aún virtual. Cierto es que la falta de competitividad de los gijoneses en dichos partidos, unido a la mala suerte, dilapidó toda aspiración de salvación, pero repito, el problema viene tiempo atrás.
Se puede culpar a Clemente de decisiones estrambóticas, de cabezonería y conservadurismo. De no haber mejorado los resultados de Preciado y de dar la impresión de desentenderse del futuro del equipo, cuando ha sido el único que tiró de la cantera en los últimos años. El técnico vasco no tiene ninguna culpa del descenso.
Manolo Preciado, ídolo del sportinguismo, siempre tendrá un hueco en el corazón de todo aficionado. El de Astillero ascendió a un equipo de retales y logró mantenerlo durante cuatro años en la máxima categoría. Preciado tuvo cosas muy buenas y otras no tan buenas. Se ganó a la plantilla a base de su discurso campechano y cercano, un arma de doble filo que le pasaría factura más tarde. Contagiaba a la plantilla de su entusiasmo y era motivador como pocos. En su contra jugaba un escaso conocimiento táctico y total ausencia de interés a la hora de preparar los partidos, algo de lo que el cántabro llegó a vanagloriarse. Su política del «yo no pido, juego con lo que me den» puede parecer muy honrada pero a la larga es tan simple como la vida misma. «Tú no pides, luego yo no te doy». Cabezón como Clemente, desaprovechó a ciertos jugadores y solo cuando se encontraba en el filo de la navaja aprovechaba por innovar o tirar de sensatez. La suerte, tan esquiva en otras facetas de su vida, fue en Gijón uno de sus mayores aliados y aún emociona pensar como un equipo con jugadores como Pedro Santacecilia, Luis Morán o Diego Camacho, logró ganar aquel bendito día en Valladolid. Preciado es y será siempre historia rojiblanca, pero parte de culpa de este descenso es suya.
Pero el principal problema del Sporting radica en una directiva incompetente, huidiza de responsabilidad y nula en capacidad de gestión. Una cúpula incapaz de invertir en el equipo, abusando de la excusa de una deuda cada vez menor que nos convertirá en uno de los clubes más saneados de Segunda. Vega Arango, José Fernández y compañía no apostaron por el Sporting en ningún momento. Se limitaron a observar al equipo desde la distancia, cada año más lejos hasta que a día de hoy solo es un puntito en el horizonte. Fueron los mandamases del club los que no dudaron en vender a Míchel para traer cedido, y lesionado, a Lola Smiljanic. Fueron los mismos que dejaron escapar por un puñado de dolares al buque insignia sportinguista Diego Castro para luego invertir más de lo que el gallego pedía en fichajes de poco pelo como Damián Suárez o Trejo. Los mismos que visten y calzan traspasaron a Cote a la Roma por casi 5 millones de euros. Nadie sabe en que se ha gastado ese dinero; en mejorar la plantilla seguro que no. La pulcritud de Vega Arango, con su planchado traje e impecable corbata contrasta con un equipo hecho a retazos, harapiento y famélico, que bastante ha hecho con mantenerse todos estos años en la máxima categoría a pesar de estos personajes. Es curioso como cada año que pasaba la desidia por el club y su escudo era mayor, inviertiendo menos dinero por mejorar las prestaciones del Sporting en una Liga cada vez más exigente. La gota que colma el vaso llega este invierno con un equipo totalmente roto, deshilachado y ausente, necesitado de un revulsivo y varias caras nuevas mientras se hundía en la parte baja de la tabla. Ante ese escenario, nadie de la cúpula sportinguista creyó necesario hacer un esfuerzo y solo se trajo a Colunga el día antes del cierre del mercado, pagando un millón de euros! por su cesión hasta final de temporada. Y el ex del Getafe vino porque no había una oferta mejor.
En ningún momento la directiva dio la cara por el club en todos estos años. Solamente hace tres días el presidente demostró que puede que cierta sangre rojiblanca corra por sus venas al defender al Sporting de la acusación de amaño de partidos. «Con el dinero no se juega» habrá pensado don Manuel, «que bastante tiempo nos ha costado ganárnoslo».
Esta directiva es la que ahora llora de puertas para fuera, aunque quien sabe lo que piensa en su fuero más interno. Se acabaron los derechos de televisión, los días del Club ante Athletics y Atléticos, ahora vuelve la cruda realidad, los partidos a las 12, los desplazamientos a Sabadell o Huesca y la vuelta a la lucha en una categoría aún más difícil que la Primera División. Han jugado con las ilusiones de una afición, una ciudad, una comunidad entera y se van de rositas. Eso sí, saneados estamos, pero con la mierda hasta el cuello.